Séptimo Círculo

  • CANTO XII · La Violencia

    La violencia. Minotauro. Séptimo Círculo. El río de sangre. Bajo las flechas de los centauros. La violencia contra los hombres. Juicio de la raza animal a la tiranía humana.

    Canto XII

    En las nefandas ruinas, la maldad
    que hizo la falsa vaca en su lujuria,
    el oprobio del hombre y la injuria
    del toro, la ciega iniquidad
    que reniega a dos razas, impiedad
    de sangre sin nobleza —negra furia
    de la oscura cabeza— y la penuria
    del ser humano en la brutalidad.
    Minotauro se yergue en su caverna.

    Mi Guía se le planta y hace cara,
    y en tanto con las rocas se descuerna,
    —¡Corre!, rápido, al borde, y no tropiece
    tu pie, ni sea tu carrera avara,
    que nada puede ver cuando enfurece.

    Era el barranco aquel derrumbadero
    de piedras sueltas y traidoras. Cuando
    pisaba, oscilaban arrastrando
    a las otras al oscuro agujero
    que no tenía fin. Ni se, ni espero
    hacerme comprender. Tan sólo agrando
    mi canto a la Mujer, que iluminando
    a mi Señor, salvó al triste viajero
    de una muerte segura.
    Vi aquel foso
    lleno de sangre hirviente, que anegaba
    el redondo lugar en negro marco;
    al margen, los Centauros, el acoso
    del cazador salvaje, que mostraba
    su brazo, siempre a punto, sobre el arco.

    Al vernos, tres vinieron al amparo
    de sus flechas. ¡Qué magnífica hombría
    mi Poeta, templando su osadía
    sin un gesto! —¿Quiénes sois o disparo!
    —gritó uno de ellos.
    Y aquel ser preclaro:
    —Buscamos a Quirón, que todavía
    conserva el noble don que poseía
    vuestra raza, en tiempo dulce y caro,
    que yo canté en mis versos. Siempre fuiste
    impetuoso, y bien poco te ha dado
    la experiencia enojada que viviste.

    Y tocándome el hombro suavemente:
    —Son Neso y Folo, siempre tan airado.
    Quirón, aquel que escuchaba atentamente.

    Con la muesca de la flecha, apartó
    su barba y nos mostró su gran boca:
    —¿Veis que ése mueve todo cuanto toca?
    no así las sombras…
    Presto respondió
    mi Maestro: —No está muerto, y no
    es por placer que descendió la roca,
    sino por Esa, en quien el hombre invoca
    a la piedad, que me lo encomendó.
    Dame uno de los tuyos, que le lleve
    en su grupa y nos muestre el vado,
    pues ve que tiene cuerpo y que no vuela.
    Es por Justicia que vuestro arco vela
    este lugar, y él también se conmueve
    a la esperanza que nos ha enviado.

    Quirón, el noble bruto que enseñó
    al gran Aquiles la naturaleza,
    nos miró desde el fondo con nobleza.
    —Llévalos —dijo a Neso, y añadió:
    —Cuida de ellos cual si fuera yo
    quien los llevara, y si tropieza
    tu paso con la tropa, esta pieza
    no es nuestra. Ser más alto la cobró.

    Así fue como me vi montado
    sobre Neso, prosiguiendo el camino.
    Mi Guía iba detrás, mas no mohíno
    del segundo lugar. La sangre hervía
    y el triste miserable que salía
    pronto volvía a hundirse acribillado.

    Dijo Neso: —¿Ves las secas gargantas
    que buscan aire? Tal son los tiranos:
    violentos en vida, aquí marranos
    en sus yacijas. ¿Por qué te espantas
    de lo que digo? Sí, te aguantas,
    los temes, sabes que son inhumanos,
    pero tienen las armas en sus manos.
    Aquí no, sólo sangre. Y todas cuantas
    hicieron, las reciben. ¿No dejaron
    respirar? No respiren. Que se traguen
    cuanta sangre, altivos, derramaron.
    ¿Es que ya no les gusta? Les gustaba.
    Que la sigan gustando y así apaguen
    su insania.
    Yo, asustado, miraba
    a mi Señor, que asintió tristemente,
    y murmuró:
    —He ahí la sentencia.
    “Tal juzga al animal la violencia
    contra la raza. Desgraciadamente
    el hombre llega a más: omnipotente,
    escudado en sus armas, sin clemencia,
    se ceba en su especie. ¿Qué indulgencia
    esperas, cuando la oscura mente
    del instinto tiene mejores leyes?”

    Las bestias juzgarán, y el lobo mismo
    estará en el jurado, condenando,
    sin acepción de esclavos ni de reyes,
    negando la premisa al silogismo
    que el hombre siempre inventa cuando
    daña. Ellos mostrarán la patraña
    con que la violencia justifica
    sus acciones, apartarán la plica
    de razones, y hasta la misma araña
    les cortará sus redes.

    ¡Mal amaña
    el terror! La sangre no se aplica,
    sino a sangre. La sangre no vindica,
    sino sangre. La sangre no restaña,
    sino en sangre.

    Siempre fui enamorado
    del hombre. Al hombre se le ha dado
    todo, excepto el hombre. Su valor
    se funda en la premisa del Amor.
    El pastor da la vida por su grey
    y el hombre es pastor de hombres. Tal su ley.
    No hay otra.

    Vi la suerte implacable,
    y aquel sitio terrible estremeció
    mis venas. ¡Quién viera lo que vio
    mi alma! El lugar execrable,
    el destino cruel y miserable,
    la flecha que al instante atravesó
    al mísero que —hundido— levantó
    la cabeza ¡Más vale que no hable
    más! Porque Neso no me ocultaba
    ningún horror. Tan orgulloso estaba
    de su jurisdicción.

    ¡Por fin el vado!
    Y nunca me he sentido tan contento,
    como cuando crucé el lugar cruento
    y pude hallarme, al fin, al otro lado.